Hasta aquí hemos llegado: cambiar de profesión y salir a flote es posible

08 dic 2020

6 min

Hasta aquí hemos llegado: cambiar de profesión y salir a flote es posible
autor
Ana Valiente

Periodista freelance

Si tomamos un mes como referencia, de media, nos pasamos alrededor del 25% de nuestro tiempo trabajando y, sin embargo, no siempre lo hacemos en algo que nos gusta. Muchas personas son infelices en su trabajo, pero pocas pueden (o se atreven) a dejarlo todo y lanzarse a la conquista de nuevas profesiones. La precariedad en ciertos sectores, el miedo al cambio, las responsabilidades personales o la incertidumbre hacen que muchos ni siquiera contemplen esta posibilidad. Hablamos con tres personas que, empujadas por el contexto económico o por una situación personal límite, decidieron cambiar su modo de vida.

Cambiar de profesión por convicción o… por obligación

No sentirse identificado con lo que uno hace o con lo que uno siente, a la larga, pasa factura. La crisis económica de 2008, en la que el paro en España alcanzó el 26% y que golpeó fuertemente sectores como la construcción o la industria, hizo que muchas personas perdieran sus trabajos y se vieran obligadas a plantearse nuevos caminos profesionales. Otras, en sectores más demandados, lograron esquivar la coyuntura, pero se dieron cuenta de que aquello que hacían cada día, por muy en boga que estuviera, no les daría satisfacción durante el resto de sus vidas.

Tania fue de las primeras. Tiene 44 años y un ERE en el banco en el que trabajaba fue la mecha que encendió las ganas de un cambio que llevaba mucho tiempo esperando. “Mientras estudiaba la carrera de Psicología, comencé a trabajar en un banco para pagar el alquiler, primero como teleoperadora y luego como responsable de préstamos hipotecarios. Con el tiempo acabé dejando los estudios y volcándome en una profesión en la que había ido aprendiendo y ascendiendo muy rápido”, explica. “Me permitía ganarme bien la vida, pero no me satisfacía del todo. Después de 12 años, llegaron dos crisis: la nacional y la personal”, recuerda Tania. Decidió aprovechar que tenía derecho a paro durante dos años y una indemnización por despido para seguir su verdadera vocación en el sector de lo social, aun consciente de que su cuenta bancaria no estaría tan llena como hasta entonces. “Siempre me había sentido vinculada a lo social. De hecho, antes de empezar Psicología, hice un ciclo de Animación Sociocultural. Tras acogerme al ERE, con 29 años, me puse de nuevo a estudiar, en esa ocasión la carrera de Trabajo Social, y más tarde un máster en Igualdad de Género”. A día de hoy, es trabajadora social en el Puente de Vallecas, el distrito de Madrid con la mayor tasa de paro, que en noviembre era de 22.041 personas.

El punto de partida: la formación

Tania se muestra muy crítica sobre la manera en que se prepara a los jóvenes para el mercado de trabajo: “Creo que una carrera hay que estudiarla más tarde de lo que hacemos habitualmente, porque con 18 años uno no sabe realmente quién es o qué quiere hacer con su vida”. Precisamente, al igual que en su caso, en muchas situaciones volver a estudiar es un requisito a la hora de cambiar de profesión.

En 2018, según datos del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, 243.901 estudiantes aprobaron las pruebas de acceso a la universidad y, de estos, 11.156 eran mayores de 25 años. Las carreras más solicitadas por los estudiantes son Administración y Dirección de Empresas, Ingenierías, Matemáticas combinada con Física, Derecho, Biomedicina, Comercio y Márketing. Los estudios relacionados con las ciencias sociales y jurídicas, las ingenierías y las ciencias de la salud siguen ofreciendo un amplio abanico de salidas profesionales, a diferencia de las artes y las humanidades.

Y aunque los titulados universitarios siguen siendo los candidatos más demandados por las empresas, la Formación Profesional sigue ganando peso en el mercado laboral, sobre todo en campos como Administración y Gestión, Electricidad y Electrónica o Informática y Comunicaciones.

No obstante, hay quienes se atreven, como Gonzalo, a ir a contracorriente. Mientras estudiaba Antropología, comenzó a trabajar como futbolista profesional en fútbol sala. Durante los periodos estivales, lo compaginaba con trabajos en organización de eventos, como repartidor, o como encargado en una tienda de deportes. Pero el fútbol, una de sus pasiones, le ocupaba la mayor parte del tiempo. Hasta que cambió de idea. “Me di cuenta de que un hobby, cuando se convierte en tu trabajo, puede llegar a ser desagradable, así que decidí marcharme”, explica. “Podría haber seguido como futbolista, pero es un mundo muy masculinizado que no me atraía. Dejé un modo de vida bastante cómoda, con buena consideración social, para dedicarme a la investigación antropológica.

Eligió hacer un máster en Estudios Avanzados en Filosofía y poner rumbo a Argentina para realizar un trabajo de campo sobre el fútbol femenino. Y aunque confiesa que la antropología le ayudó a situarse, también recalca el hecho de que la precariedad que afecta a gran parte del personal docente sigue siendo dificultando el desarrollo profesional de quienes optan por ese camino: “Opté por un mundo más precario, pero más crítico, acorde con quién soy y con lo que quiero hacer”.

¿Valentía o locura? Superar el miedo al cambio

Si a Gonzalo le motivó el deseo de encontrar un trabajo donde pudiera ser más crítico y volcar sus inquietudes sociales, Tania quiso poner fin a una sensación de frustración que ya duraba demasiado tiempo. “Sabía que saldría perdiendo económicamente, pero ganaría en felicidad. Y aún así, el cambio da mucho vértigo”, comenta. “Es complicado tomar una decisión así: dejas tu trabajo y te retiras durante cuatro años a estudiar algo diferente. Es verdad que económicamente no me asustaba, ya que contaba con paro e indemnización, pero tenía miedo a que no me gustara, que no se me diera bien, o… que al final no encontrara mi lugar”, confiesa Tania. “He tenido un gran apoyo personal, pero sé que muchas personas de mi entorno, aunque no lo dijeran, pensaban que era una locura”.

Los bajos salarios, la contratación temporal extendida o las altas tasas de paro aumentan el pesimismo de quienes barajan la idea de cambiar de sector. Además, se le suma la crisis económica derivada de la pandemia, cuyo efecto en el mercado de trabajo ha provocado que entre los menores de 25 años el paro suba del 31,68% al 40,45%. Esta cifra se suma a la de los 3,7 millones de personas sin trabajo en todo el país, lo que genera incertidumbre entre los más jóvenes, si bien suelen ser quienes tienen menos miedo (y, por norma general, menos responsabilidades personales) a lanzarse a la aventura.

El tema económico siempre es un obstáculo, pero yo, afortunadamente, solo tenía que pagar mi coche, y además mis padres estuvieron siempre ahí para echarme una mano”, cuenta Pablo, de 32 años. Tras estudiar un grado superior en desarrollo de aplicaciones informáticas, comenzó a trabajar como consultor en una empresa del mismo sector, donde llegó a hacer jornadas de 14 horas. “Vivía cabreado con el mundo, todo lo contrario a mi forma de ser. Sufrí ansiedad durante largas temporadas, así que con 25 años me marché”. Un voluntariado en el Samur (Servicio de Asistencia Municipal de Urgencia y Rescate) le abrió las puertas de un sector que le era desconocido y que ha acabado convirtiéndose en su profesión actual. Un lugar en el que se siente a gusto y feliz. “Tras el voluntariado, hice una formación profesional y me gustó tanto que me animó a estudiar Enfermería. Ahora compagino segundo de grado con mi trabajo en las ambulancias”.

¿Ha merecido la pena?

Tras su reconversión, Tania no encontró automáticamente un mundo lleno de posibilidades a sus pies. Su inmersión en el sector social llegó con contratos de media jornada durante los años en los que trabajó como técnica de empleo. Más adelante, consiguió el puesto de trabajadora social que hoy en día desarrolla en el distrito de Vallecas. “No fue un camino fácil, pero sabía que era lo que quería hacer”, puntualiza.

Y pese a que ninguno de los tres volvería a sus empleos precedentes, aseguran haber aprendido lecciones muy valiosas. Para Tania, que ahora observa con distancia sus años analizando quién se “merecía” un préstamo y quién no, haber trabajado en un banco le permite orientar mejor a las familias con riesgo de desahucio. Según datos de Europa Press, en 2018 en España se llevaron a cabo un total de 59.671 desahucios. “En temas de desahucio o de vivienda, conozco el ‘lado oscuro’, así que me resulta más fácil ayudar a las familias y orientarlas. Haber tenido la posibilidad de vivir dos mundos diferentes es como haber pasado por varias vidas. Reconozco que el trabajo social conlleva un desgaste personal que el mundo de las hipotecas no provoca, pero disfruto mucho con mi labor, aprendo mucho de la gente con la que trabajo”.

A Pablo, que sonríe tímidamente al recordar su historia, le gusta la adrenalina de subirse cada día a una ambulancia sin saber muy bien lo que va a encontrar. Pero una cosa tiene clara: pase lo que pase y sea como sea, su salud y la de los demás “siempre van por delante”.

Foto de WTTJ

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