Jesús Terrés: artesano de las letras, hedonista de profesión

01 jul 2020

9 min

Jesús Terrés: artesano de las letras, hedonista de profesión
autor
Naiara Reig

Editorial Coordinator Europe @ Welcome to the Jungle

Lo que empezó en 2004 como un blog personal, Nada Importa, ha acabado convirtiéndose en toda una carrera construida en torno al arte del buen vivir y del buen comer (que, por suerte, van casi siempre de la mano). Hoy, Jesús Terrés divide su tiempo entre la dirección creativa de la agencia Lobo (de la que es además socio fundador), la dirección de Guía Hedonista, colaboraciones habituales en publicaciones como Condé Nast Traveler, GQ y Vanity Fair, y las clases que imparte en el Máster de Comunicación y Branding en la Universidad CEU Cardenal Herrera. Charlamos sobre el hedonismo como profesión, sobre cómo separar la vida personal de la profesional, la importancia de la inteligencia emocional y lo mucho que necesitamos “volver al barrio”.

Jesús, ¿de dónde viene tu amor por las letras?

Siempre me ha gustado mucho escribir, lo hago desde que tengo uso de razón. Es mi lenguaje. En 2004 empecé a escribir en un blog, que monté porque no me querían coger en ningún sitio, y escribí dos o tres días a la semana durante cuatro años. Fue una travesía larga y muchas veces pensaba “¿para qué hago esto?”, pero entonces me escribieron del universo Condé Nast para trasladar el blog a GQ. Y ahí fue cuando empecé profesionalmente en el mundo editorial.

Además, a mí me gusta mucho leer. Leo un montón. Yo siempre digo que un escritor que no lee es como un cocinero que no va a restaurantes. Seguro que los hay y algunos serán maravillosos, pero yo lo veo muy complicado. A lo largo de la vida las aficiones van cambiando, pero en mi caso la lectura siempre ha estado ahí. A mí, leer me ha encantado desde pequeño. No imagino mi vida sin un libro.

“Un escritor que no lee es como un cocinero que no va a restaurantes”

Sin embargo, dices que no crees en el misticismo que rodea a la escritura. ¿Constancia mejor que creatividad?

En mi caso, yo siempre he combinado la escritura con el diseño y, de hecho, mi pie en la publicidad está más ligado a la parte artística que a la venta. Pero en el mundo de la publicidad hay mucho “artista” y mucho ego y yo nunca me he tragado el cuento ese de “es que no estoy inspirado”.

Yo siempre me he sentido más cerca de los artesanos que de los artistas. Igual que los artesanos, yo veo al escritor como aquel que junta piezas, las pule con cariño… Y un artesano no entiende eso de no ir a trabajar porque ese día no está inspirado. Me gusta más esa visión.

¿Qué significa entonces “trabajar” para alguien cuyo trabajo gira en torno al buen vivir? ¿Cómo se separa lo personal de lo profesional?

Yo creo que al trabajo hay que darle el espacio que le corresponde, ¡que ya es muchísimo! Vivimos en una sociedad en la que todo es trabajo y en la que el trabajo nos define. Parece que un cirujano vale más que un periodista; que alguien que saca buenas notas, más que alguien que no… Desde pequeños parece que todo nos lleva a aquello de “eres lo que haces” y eso es un poco triste, porque eres muchas más cosas.

Entonces, yo trato de darle al trabajo la importancia que tiene, pero relegándolo siempre a un segundo plano. Trabajo para vivir, aunque suene tópico. Porque la verdad es que, si pudiese, no trabajaría. Y también me alejo más de personas que no tengan un enfoque parecido. Por ejemplo, no soportaría tener un amigo que estuviese obsesionado con el trabajo; sencillamente no encajaríamos. No estoy en ese momento en el que uno piensa que los logros de la vida vienen con la ambición profesional.

“Yo trato de darle al trabajo la importancia que tiene, pero relegándolo siempre a un segundo plano. Trabajo para vivir, aunque suene tópico. Porque la verdad es que, si pudiese, no trabajaría”

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¿Cómo te organizas entre tus diferentes proyectos?

Voy a decir una obviedad, pero: jerarquizando. La clave está en tener clara la lista cortísima de tareas del día, con cinco cosas y no veinte, y tener muy claro el largo plazo: ¿dónde está mi faro? ¿Estoy yendo hacia donde quiero ir?

Y aparte de eso, madrugo un montón. Soy de los que se levanta y está de buen humor, y me doy cuenta de que, con la madurez, cada vez estoy empezando mis jornadas antes.

Además, he hecho muchas cosas muy mal, pero hay algo que sí que mantengo y que es clave: separo mucho. Cuando acabo un tema, lo acabo. Y si decido que esta tarde a las 15h paro porque me bajo con mi mujer a la playa, ya se puede estar cayendo el mundo en una de las tareas, que yo paro. Salvo si es algo de vida o muerte. Pero es que te das cuenta de que nunca es de vida o muerte.

Pero por lo que se percibe desde tus redes sociales, la línea que separa tu trabajo de tu vida personal parece ser más bien fina. ¿Es el caso?

Es fina, pero porque he terminado dedicándome a lo que amo. Pero al mismo tiempo es gordísima, porque yo elijo. Cuando se trata de mi tiempo de ocio, no dejo que se cuele lo demás. Precisamente, ahí es donde creo que hay margen de mejora en el uso que damos a las redes, sobre todo en el caso de la gente más joven.

¿Qué te aportan entonces las redes? ¿Cómo te apoyas en ellas?

Las redes ocupan muchísimo espacio en nuestras vidas, lo que pasa es que a veces lo negamos. Yo las uso un montón y me gusta muchísimo. Es un placer culpable que yo creo que tiene que dejar de serlo.

Entonces, como ocupa tanto espacio, por un lado me sirve obviamente para difundir mi trabajo. Pero hay una cosa que tengo clarísima y es que yo soy muy egoísta en las redes: no tengo un plan y publico lo que me apetece (habré hecho una sola colaboración pagada en todo este tiempo). Y obviamente esto resulta más fácil cuando tienes un poquito de presencia.

Pero yo soy un periodista que escribe en medios de comunicación, así que las redes son un lugar donde publico mi trabajo, pero no es mi espacio natural. De hecho, yo miro las redes como periodista y escribo de las cosas que me gustan, y ya está. Y me gustaría ser cada vez más egoísta con las redes, igual que lo soy con lo que escribo: son para mí. Me da exactamente igual el lector y la opinión de quien lo lea. Lo que escribo no va sobre ellos.

“Me gustaría ser cada vez más egoísta con las redes, igual que lo soy con lo que escribo: son para mí. Me da exactamente igual el lector y la opinión de quien lo lea. Lo que escribo no va sobre ellos”

Aunque sí tienes una gran comunidad que te espera fuera de los medios para los que escribes, en redes o en tu newsletter personal. ¿Los tienes en cuenta a la hora de plantear el contenido que creas?

No. Mi relación con mi comunidad (y tampoco me gusta llamarlo así porque parece que sea mía) es muy sana. Y lo es en el sentido de que yo escribo para mí, o para mi mujer, pero no para ellos. No pienso en ellos para nada. Evidentemente, si alguien me escribe, yo le contesto. Pero no tengo un plan ni quiero tenerlo, porque me aburriría un montón y creo que sería el primer paso para acabar dejándolo.

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Hablemos de lo que escribes. Además de ese “buen vivir”, ¿qué te llevó a orientar tu carrera hacia la gastronomía?

Fue el vino. El vino fue mi enlace con el mundo de la gastronomía y, además, empecé súper tarde. Mientras estudiaba, alguien me regaló un curso de cata y me flipó. Yo funciono mucho por obsesiones, y si me da por un tema… Entonces empecé a viajar, a ver viñedos, a hablar con viticultores… Y pensé “si me gusta escribir, ¿por qué no escribo sobre vino?”.

Lo que pasa es que a ningún medio le interesaba aquello, porque es una temática que tiene pocos lectores (porque lo hemos hecho muy mal en ese ámbito, pero ese es otro tema). Pero entonces en las revistas empezaron a decirme “bueno, si metes un poquito de gastronomía, te lo compramos”. Y así fue como empecé, como una excusa para hablar de lo que a mí me gustaba, que era el vino.

¿Cómo ha sido el recorrido en este mundo en el que empiezas casi por casualidad?

Empecé a comer en restaurantes, a conocer a cocineros y a meterme en este mundo. Por ejemplo, alguna vez me han preguntado “¿cómo me hago crítico gastronómico?” y uf… no sé. Yo soy cliente de restaurantes muchísimo antes que periodista.

Lo que pasa es que al final te das cuenta de que la crítica gastronómica tiene un fallo. Toda, la mía también. Y es que tendemos a pensar que la gastronomía es el restaurante y el cocinero o cocinera, cuando la realidad es que, de la gastronomía, el restaurante es un 5 o un 10% como mucho.

“La crítica gastronómica tiene un fallo. Toda, la mía también. Y es que tendemos a pensar que la gastronomía es el restaurante y el cocinero o cocinera, cuando eso es un 5 o un 10% como mucho”

Mira, acaban de pasar por detrás de nosotros dos barcos que vienen de faenar. Eso es gastronomía. Y lo mismo con los agricultores. Pero de eso no se escribe, o se escribe muy poco. En mi caso, existe un universo de producto y de productores ligado a las tradiciones, a la cultura, a la tierra y a los pueblos que a mí me apasiona.

Das mucha importancia a toda esta parte “invisible” de la gastronomía, que dices que deberíamos recuperar. ¿Cómo se hace esto?

Esto lo hablo mucho con mi mujer. Con la vuelta a lo local pasa como con el feminismo: son dos tableros que están tan mal, que solo cabe destruirlos. No existe la vía tranquila y coherente para que todos estemos contentos y acabemos en una sociedad justa. Con el modelo que tenemos ahora, no vamos a llegar.

“Con la vuelta a lo local pasa como con el feminismo: son dos tableros que están tan mal, que solo cabe destruirlos. No existe la vía tranquila y coherente para que todos estemos contentos y acabemos en una sociedad justa”

Este modelo de producción está viciado. Soy muy pesimista, porque tendría que ser justo lo opuesto: tendría que mandar el productor, que es la cúspide de la cadena. Pero en el supermercado al que vamos a comprar, habrá tomates todo el año y los traerán de no sé donde, y si es más barato traerlos desde Mozambique y pagar a un transatlántico que lo traiga hasta aquí para que nos podamos ahorrar 50 céntimos, aunque eso se cargue tu comercio local y el planeta, ni siquiera se plantea la duda de “oye ¿y no deberíamos…?”. Y la culpa no es solo del suministrador, sino de la estructura que hay creada.

¿Qué papel tiene entonces el consumidor?

El consumidor tiene que aprender, formarse. Tenemos que intentar ser conscientes de dónde viene la bandeja de pollo que sacamos del supermercado, en qué se traduce. En ese sentido, creo que somos una generación que lo ha hecho fatal, pero ojalá que podamos enseñarles a las futuras a hacerlo mejor: explicarles la importancia del agricultor, cuánto cobra y cómo vive un pescador… Necesitamos saber qué consecuencias tiene nuestro modo de vida.

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Como experto y amigo cercano de muchos profesionales del sector, conoces de primera mano la crisis a la que se enfrenta la hostelería en España. Además de esa vuelta a lo local, ¿qué más tiene que cambiar?

Yo diría que se pueden aplicar dos acciones muy sencillas. La primera sería, como decía, volver mirar al barrio, a lo local. Y la segunda, recurrir solo al producto fresco y de temporada. Porque nos han convencido de que lo fresco es más caro y no lo es siempre (seguramente un salmonete fresco y de aquí será más barato que un pez espada congelado, por ejemplo), y porque si no hay lo que queremos de temporada, siempre se pueden buscar otras cosas, que no pasa nada.

En este caso, entiendo al restaurador, porque el consumidor que exige tomates en su casa todo el año, también lo exigirá en el restaurante. Y al final quienes apuestan por lo local y de temporada tienen que formar al cliente. Es una cadena de aprendizaje, o de desaprendizaje más bien.

Hablando de desaprendizaje, ¿qué consejo te darías si empezases de nuevo?

Hace cinco o seis años atravesé un momento muy malo y empecé a ir a terapia. Así que me diría “chaval, ve a terapia antes”. Es el único cambio que haría. Por lo demás, hay que equivocarse para vivir. Aunque parece que la palabra “terapia” aún tiene un montón de connotaciones negativas (a mi madre no le gusta que vaya, por ejemplo, cree que si uno va a terapia es porque está mal de la cabeza), pero para mí la terapia es como Matrix: te da unas gafas y, de repente, ves. Y eso me ha ayudado mucho en mi trabajo, me ha abierto la perspectiva.

Creo que la educación emocional debería tener más espacio en nuestras vidas y en nuestras empresas, porque sin ella acabamos dándole importancia solo a lo urgente. Y luego quedamos con alguien y hablamos solo de gilipolleces. Lo que yo quiero saber es cómo estás, si te has enamorado, cómo te llevas con tu padre, en vez de si has conseguido tal o si te vas de vacaciones no sé donde. Qué aburrimiento.

Y suena muy cursi, pero también me diría que no me olvidase de pasar mucho tiempo con mi gente. Cuando crecemos, todos salimos disparados de nuestro círculo familiar y hay un momento en el que algunos hasta renegamos de nuestro “barrio” (y hablo de “barrio” como construcción emocional). Y ese es el gran error. ¿Cómo no vas a ser eso? Pues claro que eres eso. Pasa tiempo con los tuyos, anda.

Fotos de WTTJ

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