¿Por qué procrastinamos? Motivos y consejos para ganar la batalla

06 nov 2019

6 min

¿Por qué procrastinamos? Motivos y consejos para ganar la batalla
autor
Marianne Shehadeh

Créatrice de contenus @ Point Virgule

¿Eres de los que dejan las facturas sin pagar tiradas encima de la mesa hasta que están a punto de vencer? ¿Te empeñas en ignorar la lista de cosas por hacer que lleva meses colgada en la nevera? ¿Llevas cinco años pensando en pedir hora al dentista? El diagnóstico es claro: eres un procrastinador. ¡Puede que hasta estés procrastinando mientras lees este artículo!

Que no cunda el pánico: todos padecemos procrastinación en mayor o menor medida. Recordemos que la procrastinación es el impulso que nos lleva, de forma persistente, a aplazar la realización de una tarea y que se caracteriza por el famoso “ya lo haré mañana”. ¿Se debe a una pereza desmesurada? ¿A una falta de organización?

Pues no, no se debe a ninguna de estas dos cosas. O al menos no siempre. Las razones científicas que nos hacen procrastinar son múltiples: psicológicas, neurológicas, ambientales… En Welcome to the Jungle te lo contamos todo hoy (¡y no lo dejamos para mañana!).

Estamos programados para procrastinar

Según el neurólogo y neurocientífico Julien Vion, “incluso una persona muy rigurosa que no parezca tener carácter de procrastinador puede procrastinar inconscientemente”. ¿Por qué? En primer lugar, porque el ser humano está, de alguna manera, programado para hacerlo desde que empieza a andar. Julien Vion explica: “Nuestro cerebro está enchufado al circuito del placer desde los inicios del Homo sapiens. Se trata de un mecanismo muy potente que nos empuja a buscar el placer inmediato en lugar de enfrentarnos a una tarea difícil, aun cuando sabemos que el placer que nos daría terminarla sería todavía mayor”.

“El circuito del placer […] nos empuja a buscar el placer inmediato en lugar de enfrentarnos a una tarea difícil”. Julien Vion

Sin embargo, algunas personas están mejor preparadas que otras cuando se enfrentan a dicha tentación. De hecho podemos distinguir entre la procrastinación ocasional y la procrastinación crónica, que se da cuando este tipo de comportamiento se repite con frecuencia y resulta dañino para nosotros y para nuestro entorno. Un 37% de la población en España reconoce que retrasa demasiado sus obligaciones y se estima que la procrastinación crónica afecta al 4% de los españoles.

La procrastinación o la incapacidad de controlar las emociones

Para entender mejor los mecanismos que nos llevan a comportarnos así, cabe recordar la definición científica de “procrastinación”. Timothy Pychyl, profesor de psicología de la Universidad de Carleton (Canadá), y especialista en el tema, define la procrastinación como “el retraso voluntario de la realización de una tarea, aún sabiendo que esto será perjudicial para nuestro rendimiento e incrementará nuestro sentimiento negativo”. Paradójicamente,los procrastinadores son conscientes de que aplazan tareas que ellos mismos se habían propuesto realizar, y además saben que tendrán que sufrir las difíciles consecuencias de su decisión.

No es una enfermedad

No obstante, la procrastinación no es una enfermedad. Es más bien un comportamiento que deriva de la incapacidad de controlar nuestras propias emociones.Los expertos hablan de “un fallo en la autorregulación”: somos incapaces de controlar las emociones que nosotros mismos nos provocamos cuando decidimos no hacer una tarea exigente (con una recompensa débil) y preferimos hacer una tarea poco exigente (con una recompensa mayor e inmediata). Según Timothy Pychyl, “los procrastinadores saben lo que tienen que hacer pero son incapaces de ponerse a ello: tienen un conflicto entre la intención y la acción”. Julien Vion añade: “Tienen ganas y buenas intenciones, pero no tienen el suficiente control de sí mismos como para dar el paso y actuar”. Por otro lado, a diferencia de lo que podríamos pensar, procrastinar no significa ser vago ni desorganizado. De hecho, algunos procrastinadores son tan activos que prefieren continuar ocupados con la tarea que están haciendo que con una tarea aversiva que tienen pendiente de cumplir.

“Los procrastinadores tienen un conflicto entre la intención y la acción”. Timothy Pychyl

Las razones psicológicas

Así pues, nuestra (in)capacidad de controlar las emociones influye directamente sobre nuestra tendencia a procrastinar. Esto hace que algunas personas se vean más afectadas por la procrastinación, ya que su carácter emocional propicia este tipo de comportamiento. Por ejemplo, las personas propensas a la depresión o a los trastornos bipolares tienden a procrastinar más. Por eso una buena manera de detectar las causas de la procrastinación es relacionarla con este tipo de patologías o afecciones.

Entre las diferentes causas de orden psicológico, encontramos con frecuencia el miedo a fracasar causado por una baja autoestima, el perfeccionismo, y el miedo a la frustración o al aburrimiento. Estas emociones pueden ser un freno a la hora de pasar a la acción. Sin embargo, Charles Pépin, profesor de Filosofía, asegura: “Lo que da confianza, es precisamente pasar a la acción.” Por otro lado, explica que “también existe una relación problemática entre la procrastinación y el perfeccionismo. Nos engañamos a nosotros mismos, nos convencemos de que lo haremos cuando nos sintamos preparados. Pero en el fondo, nunca estamos completamente preparados. La confianza, el atrevimiento o la libertad es actuar aunque no estemos del todo preparados”, añade. Según el filósofo, “habría que pasar de la lógica del perfeccionismo a la del perfeccionamiento permanente”.

  • “Habría que pasar de la lógica del perfeccionismo a la del perfeccionamiento permanente”. Charles Pépin

La amígdala cerebral: el centro de nuestras emociones

Una vez más, procrastinar está relacionado con el cerebro, concretamente con la amígdala cerebral. Esta amígdala es un pequeño montón de materia gris en forma de almendra situada en el lóbulo temporal, que desempeña un importante papel en la apreciación de las emociones y la toma de decisiones. Un estudio publicado por la revista Psychological Science asegura que el tamaño de la amígdala difiere si somos procrastinadores o no. Entre las 264 personas analizadas en el estudio, los procrastinadores parecían tener una amígdala cerebral más grande que los demás. Esto se debe a que se preocupan más por las emociones negativas que les provocan las acciones aversivas que tienen pendientes y que tienden a retrasar. De hecho, este mismo estudio parece demostrar que en los procrastinadores existe una menor conexión entre la amígdala cerebral y el córtex del cíngulo anterior dorsal, y es precisamente en el córtex donde usamos la información recogida por la amígdala cerebral para decidir qué acciones poner en marcha… o no.

La procrastinación y la edad

El neurocientífico Julien Vion destaca esta particularidad: “Hay más procrastinadores jóvenes. Esto se debe a que, hasta los 25 años, el cerebro no está completamente formado, sobre todo el lóbulo prefrontal, que controla y define objetivos. El cerebro aún no cuenta con todo su potencial para enfrentarse a los circuitos del placer y de las emociones”. Pero si bien uno puede pensar que con la edad, esta mala costumbre de dejarlo todo para el día siguiente se atenúa, ¡este no es el caso de las personas que procrastinan de forma habitual!

Según Julien Vion, ocurre más bien lo contrario: cuanto más acostumbrados estamos a procrastinar, más difícil resulta cambiar nuestro comportamiento. Esto se debe a los sesgos cognitivos que acompañan la procrastinación, es decir, a las distorsiones de la realidad que nos permiten protegernos por medio de excusas falsas. Esos sesgos son los que nos llevan, por ejemplo, a pensar: “resolveré este asunto en el último momento, trabajo mejor bajo presión”, “tendré tiempo de sobra para poner orden más tarde” o “ahora no es el momento para ponerse con esta tarea”.

¿Y la genética?

Un factor y no una causa

Según Julien Vion,la genética también puede favorecer la procrastinación, pero no es su causa principal. “Cuando el cerebro se forma, se crean debilidades que pueden propiciar la procrastinación, pero que no la desencadenan”.

No existe el factor hereditario

“Tener padres procrastinadores no significa que genéticamente tengas que serlo también. Sin embargo, si tus padres te transmiten sus costumbres cuando te educan, puedes acabar procrastinando”.

Motivos relacionados con el entorno

Según el neuropsicólogo, aunque el patrimonio genético influye en la tendencia a procrastinar, lo cierto es que es nuestro entorno lo que realmente nos convierte en procrastinadores. Esas frases que nos van repitiendo durante la infancia (“no lo vas a conseguir”) o lo oímos en el colegio o la universidad (“tenemos tiempo, la presentación es para la semana que viene”). Son frases que nos inculcan una serie de ideas, pensamientos y sesgos cognitivos que, a la larga, se transforman en creencias… y luego es difícil deshacerse de ellas.

La procrastinación, un mal de nuestra época

Internet, las redes sociales, los videojuegos, la sociedad de consumo actual… Son muchas las distracciones y las buenas excusas para procrastinar. Según Diane Ballonad Rolland, coach, formadora y autora del libro J’arrête de procrastiner (Dejo de procrastinar), la procrastinación habría aumentado un 300% en los últimos 40 años. Su conclusión coincide con la de expertos como Julien Vion o el psicoterapeuta Bruno Koeltz: nuestra época acentúa la tendencia a procrastinar. Para Julien Vion: “Después de la guerra, las distracciones no eran tan accesibles, por lo que nuestro circuito del placer tenía que superar muchos obstáculos para estar satisfecho. En la actualidad, hay numerosos placeres más accesibles y no hace falta mucho esfuerzo para conseguirlos”. Dicho de otra manera: ahora procrastinamos más porque disponemos de más placeres instantáneos a nuestro alcance.

¡Procrastinar no es tu destino!

Todos estamos programados para procrastinar pero algunos somos más capaces que otros de resistir la tentación de hacerlo. Como hemos visto, todo está relacionado con nuestro cerebro y con las experiencias vividas. En ambos casos, es posible reaccionar y evitar la procrastinación crónica. He aquí algunos consejos para conseguirlo:

  • Organiza las tareas pendientes. Haz una lista en un papel y ordénalas por orden de importancia (o urgencia). Después, trata de terminar dos tareas al día.

  • Divide las tareas más laboriosas. Si alguna de las cosas que tienes pendientes se te hace un mundo, no dudes en dividirla en pequeñas tareas más fáciles y rápidas de resolver. El objetivo: ¡aumentar la sensación de satisfacción!

  • Instaura un ritual que te ayude a prepararte antes de pasar a la acción: un minuto de ejercicios de respiración, un té bien caliente, ordenar el escritorio…

  • Apunta las emociones positivas que crees que sentirías si realizaras la tarea: “me sentiría liberado”, “tendría la conciencia tranquila”, “tendría dinero para mi tiempo libre”, etc.

Y no olvides que puedes pedir ayuda. Por ejemplo, puedes recurrir a un terapeuta (o un coach) para que te ayude a controlar mejor tus emociones. Mientras tanto, te damos un último consejo: no te sientas culpable y mira la divertida intervención de Tim Urban, procrastinador empedernido y autor del blog Wait but Why, en esta charla TED.

Traducido por María Gutiérrez

Foto de WTTJ

¡Sigue a Welcome to the Jungle en Facebook y abónate a nuestra newsletter para recibir nuestros mejores artículos!

Las temáticas de este artículo