Perfeccionismo: ¿merece la pena apuntar tan alto?

09 jun 2020

6 min

Perfeccionismo: ¿merece la pena apuntar tan alto?
autor
Marlène Moreira

Journaliste indépendante.

¿Cuál es tu mayor defecto? “Soy muy perfeccionista”. Es la respuesta de todo recién graduado en su primera entrevista, que cree que ha encontrado la réplica perfecta a la pregunta engañosa sobre sus cualidades y sus defectos. Pero ¿y si este falso defecto fuese más real de lo que pensamos? Trabajar con un perfeccionista es garantía de un trabajo bien hecho, pero también de algún que otro dolor de cabeza. A continuación analizamos los pros y los contras de este rasgo de personalidad, de la mano de quienes lo viven a diario.

En la cabeza de un perfeccionista

El perfeccionismo es la búsqueda constante de la excelencia, la incapacidad de contentarse con un simple “buen” trabajo, ya sea propio o de los demás. Según los psicólogos Paul Hewitt y Gordon Flett, todos somos perfeccionistas, ya sea en mayor o menor medida. Ambos han observado tres dimensiones de la conducta perfeccionista:

  • El perfeccionismo “auto-orientado”. Este lleva a expectativas personales excesivamente altas. Se centra en un trabajo concienzudo, exigente y sin errores, a menudo a expensas de un esfuerzo implacable y sin descanso.
  • El perfeccionismo “orientado a los demás”. Este exige la excelencia a los demás, de quienes se espera que den lo mejor de sí mismos y se superen. Pero esto también va acompañado de críticas, ya sean expresas o implícitas, que pueden generar tensiones o conflictos en las relaciones profesionales.
  • El perfeccionismo “socialmente prescrito”. Este se construye a partir de las expectativas de la sociedad, lo que creen que se espera de ellos. Ofrece al perfeccionista una profunda comprensión de los mecanismos del éxito, pero lo anima a alcanzar una perfección constante y a todos los niveles. El objetivo es siempre el más profesional, el más disciplinado, el más visionario, el más creativo, el más simpático, etc.

Los psicólogos Thomas Curran y Andrew P. Hill combinaron recientemente los resultados de varios estudios realizados entre 1989 y 2016 en más de 40.000 estudiantes estadounidenses, canadienses y británicos. Al hacerlo, observaron un aumento significativo en el nivel de trabajo exigido y en el índice de perfeccionismo socialmente prescrito, que puede conducir rápidamente a la ansiedad, la depresión y otros problemas de salud mental.

Básicamente, las generaciones más jóvenes han interiorizado la creencia de que todo, ya sea ellos mismos, su vida, su trabajo o sus seres queridos, debe ser perfecto. En el entorno laboral, esto se traduce en expectativas excesivamente altas de sí mismos (tener que conseguir un ascenso en seis meses para que avance su carrera), de sus compañeros (deben entregar un trabajo impecable) y de su empresa (¿dónde está el futbolín?). Unas expectativas que pueden impulsarles a alcanzar grandes metas, pero que también pueden causarles mucha frustración.

Los perfeccionistas y sus malas actitudes

El perfeccionismo en el trabajo tiene algunas ventajas conocidas, como la perseverancia, la resiliencia o la atención al detalle, pero también puede suponer ciertas dificultades, tanto para el perfeccionista en sí como para sus compañeros.

1- La procrastinación

Producir un trabajo impecable depende de que las condiciones para llevarlo a cabo sean perfectas. ¿Cuál es el riesgo? Querer esperar a que todas esas condiciones se reúnan antes de ponerse a trabajar. Muchos perfeccionistas son también grandes procrastinadores, incapaces de dar el primer paso ante el miedo de producir algo que no esté a la altura. “Cuando era más joven, podía pasarme horas reorganizando el escritorio o eligiendo el color de los subrayadores antes de empezar una tarea difícil en casa. Incluso a día de hoy, a veces me comporto de esta manera. Mi cerebro puede ser muy creativo cuando se trata de encontrar hasta el más mínimo detalle por resolver antes de ponerme a ello”, confiesa Ana, que trabaja como consultora digital. ¿La solución? Júntate con una persona dinámica y motivada que te dé ese primer empujón necesario para empezar un proyecto, y aprovecha tu perfeccionismo para mejorarlo después.

2- Los estándares de rendimiento poco realistas

“Al perfeccionista no le preocupan ni el tiempo ni el esfuerzo, siempre que el resultado esté ahí”, explica Julián, editor jefe. El perfeccionista establece unas reglas y las aplica, y espera que los demás hagan lo mismo. Como resultado, rara vez alcanza sus objetivos, pues son demasiado ambiciosos. Es una tendencia que Julián ha aprendido a canalizar con el tiempo: “Cuando diriges a la gente como yo lo hago, tienes que ser duro contigo mismo y aprender a lidiar con formas de funcionar distintas a las tuyas. Ahora soy consciente de que no puedo esperar tanto de los demás como de mí mismo”, añade.

3- La dificultad para ceder el control

Al perfeccionista le cuesta delegar o conformarse con un resultado mediocre. Es el caso de Camila, directora de Recursos Humanos: “Se supone que debo confiar en diferentes equipos, pero sus resultados no siempre están a la altura, por lo que siempre acabo haciendo mi trabajo y el suyo. Mi jefe me ha pedido que deje de hacerlo para que aprendan a asumir su responsabilidad, pero mi conciencia profesional me lo impide. Así que estoy completamente abrumada por el trabajo, y sé que soy la única responsable de ello”. Una de las claves para evitar el burnout y aprender a ceder el control es centrarse en las prioridades de la persona que recibe el proyecto final, no en las tuyas: ¿cuáles son los tres elementos que le harían considerar un trabajo bien hecho? Establecer puntos de atención limitados ayudará al perfeccionista a calmar su eterna búsqueda de la perfección.

4- La autocrítica y las dudas permanentes

Como no hay nada que esté a la altura de sus expectativas, el perfeccionista es un eterno insatisfecho. Suele ser incapaz de alegrarse ante una victoria, porque siempre hay algo que siente que podría haber hecho mejor. “Antes podía pasarme horas mejorando un correo electrónico, un material de apoyo o una presentación. Siempre hay una coma que corregir, una expresión que mejorar, unos márgenes que revisar. Ahora soy más estricta conmigo misma. Me impongo plazos y envío las cosas tal y como están. Lo peor es que la gente suele estar satisfecha con el resultado”, dice Ana. Para un perfeccionista siempre es difícil distanciarse lo suficiente a la hora juzgar su propio trabajo. Al igual que ella, tendrás que aprender a pasar a otra cosa y confiar en tus compañeros cuando te dicen que el resultado es lo suficientemente bueno.

“Más de una vez me han tachado de quisquilloso, debido a mi obsesión con los detalles”, confiesa Julián. Los perfeccionistas suelen ser conscientes de sus defectos, y también saben que la perfección es subjetiva. Camila está trabajando precisamente en eso: “Trato de discernir entre lo que realmente está mal hecho y lo que está hecho de manera diferente”. Esto también plantea la cuestión del derecho a equivocarse. ¿Podemos hacerlo todo bien? ¿Es tan imprescindible como creemos? No tiene por qué. Los inconvenientes, las discrepancias y las rarezas a menudo resultan valiosos. Lo mismo ocurre con el fracaso, considerado por muchos como un vector, e incluso una condición para el progreso. Vamos, que quienes son esclavos de su miedo a la imperfección se ven condenados con demasiada frecuencia a un papel secundario en la empresa.

Esta forma de ser puede resultar agotadora y los perfeccionistas son a menudo sus primeras víctimas. Por suerte, también puede convertirse en una oportunidad, y es que los perfeccionistas animan a la gente de su alrededor a mejorar, a dar lo mejor de sí misma y a progresar. Además, estas particularidades pueden suavizarse con el tiempo y el trabajo de introspección. “Es al mismo tiempo una cualidad y un defecto. Una cualidad, porque en la vida no hay nada regalado, y tratar de alcanzar cierto nivel de perfección es algo necesario para progresar profesionalmente. Pero para que siga siendo una cualidad, hay que aprender a poner límites a esa búsqueda incansable de la perfección”, concluye Julián.

Encuentra al perfeccionista: 7 señales que nunca fallan

  • Califica de “caos total” una diapositiva porque el título y los párrafos están descentrados un par de milímetros.
  • Se le escapa una sonrisa de satisfacción cuando mira su estantería de archivadores perfectamente alineados.
  • Puede pasarse una hora corrigiendo los errores de un documento de 50 páginas y sentir cierta satisfacción en ello.
  • Siempre deja su escritorio perfectamente ordenado antes de marcharse de la oficina (al tiempo que echa una mirada de desaprobación a tu taza de café, posada sobre una pila de archivos en precario equilibrio entre tu escritorio y el de tu vecino).
  • Se disculpa por haber llegado “tardísimo”, a las 9:04 de la mañana, en vez de a las 9:00 en punto.
  • Le entran escalofríos cuando alguien comenta: “Quedan un par de detalles inacabados, pero nos lo podemos saltar, ¿no?”.

…y probablemente se da cuenta de que falta un séptimo punto en esta lista.

La perfección es una noción subjetiva. Lo que es perfecto para algunos, no lo es necesariamente para otros. Ser exigente consigo mismo y con los demás es una cualidad, pero también es importante saber establecer límites para no pasarse de la raya.

Traducido por Rocío Pérez

Foto de Welcome to the Jungle

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