“Mi TDAH es mi mejor cualidad en el trabajo”

11. 1. 2021

7 min.

“Mi TDAH es mi mejor cualidad en el trabajo”
autor
Aurélie Cerffond

Journaliste @Welcome to the jungle

“Cuando era pequeño, mis padres decían que era un niño muy revoltoso y agotador”, comenta Mickaël, un diseñador UX de 36 años que trabaja para Ubisoft, una gran empresa de videojuegos. Sufre un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y, aunque este trastorno del desarrollo neurológico suele asociarse a niños inquietos y distraídos, hay muchas personas a las que se les diagnostica cuando ya son adultas. Algunas de las manifestaciones más comunes del TDAH, como las emociones extremas, la impaciencia, el comportamiento impulsivo o los olvidos frecuentes, pueden suponer un impedimento a la hora de sacar adelante unos estudios o de evolucionar a nivel profesional. Y es que, a primera vista, no parece el perfil ideal para trabajar en una empresa. Sin embargo, este trastorno cognitivo puede revelar cualidades muy interesantes, como la empatía y la creatividad. Hemos hablado con Mickaël sobre su trayectoria profesional y le hemos preguntado cuál es su secreto para convertir lo que durante mucho tiempo consideró una debilidad en una de sus mayores fortalezas. Estas son sus respuestas.

Un paso complicado por el colegio

Muchas personas con TDAH muestran síntomas desde la infancia, aunque a veces no reciben un diagnóstico hasta llegar a la edad adulta. En mi caso, mi paso por el colegio fue durísimo. Era incapaz de quedarme sentado mucho tiempo, siempre estaba jugueteando con mis cosas y me distraía continuamente. Era muy impaciente y hablador. Por ejemplo, cuando el profesor hacía una pregunta en clase, yo la respondía a gritos: me era imposible levantar la mano y quedarme esperando a que se me permitiera hablar. Tenía la mala costumbre de hablar cuando no debía y creo que todavía no la he superado del todo (se ríe).

Mis mayores problemas eran la atención y la escucha. Bueno, en realidad solo eran un problema cuando no me interesaba una asignatura. Por ejemplo, se me daban fatal las matemáticas. Todavía recuerdo momentos en los que literalmente me daba con la cabeza contra el escritorio porque no entendía nada. Lo pasaba fatal, sobre todo cuando veía que los demás sí que lo entendían. Por desgracia, los niños con TDAH se enfrentan a muchos problemas en el colegio. De hecho, sentir que siempre vas por detrás de los demás puede afectarte mucho a nivel psicológico.

Aun así, no todo fueron malas experiencias. Siempre sacaba las mejores notas en las asignaturas creativas, como literatura y plástica. Una de las peculiaridades del TDAH es que solo te permite concentrarte en lo que realmente te interesa. Aunque al principio esta condición supone un obstáculo, también puede convertirse en un impulso que te ayude a concentrarte a fondo en lo que estés haciendo. Esto te permite involucrarte al máximo y trabajar de manera muy eficiente, puede que incluso más que la gente neurotípica.

Gracias a mis buenas notas en esas asignaturas, me saqué el bachillerato de Humanidades, pero no logré terminar la carrera de Bellas Artes porque las clases no me parecían estimulantes. Sí, esa es otra de las manifestaciones del TDAH: la impulsividad. Puedo abandonarlo todo de la noche a la mañana, aunque se trate de algo importante. De hecho, necesito sentir constantemente que me apasiona lo que hago para no perder la motivación. A pesar de no sacarme la carrera, conseguí mi primer puesto como diseñador gráfico gracias a mi portfolio. Poco a poco, fui ascendiendo hasta convertirme en director creativo de diseño web.

Fue en aquella época cuando me puse a investigar sobre el TDAH y comencé a hacerme pruebas con varios neuropsicólogos. Cuando recibí el diagnóstico, para mí supuso un alivio enorme. Por fin entendí por qué a veces mis reacciones son tan intensas y exageradas. Porque sí, admito que soy hipersensible y a veces tengo la mecha muy corta: ¡he perdido la cuenta de todas las ocasiones en las que he hecho una montaña de un grano de arena! Es duro tanto para mí como para los que me rodean, pero puedo asegurar que no se trata de un simple berrinche. Cuando me dejo llevar por mis emociones, el sentimiento de tristeza es real y es muy profundo, no estoy fingiendo. Si me hubieran diagnosticado este trastorno cuando era más joven, estoy seguro de que eso me habría ayudado a aceptarme mejor y tener una mayor autoestima. Pero bueno, por lo menos ahora mis demonios tienen un nombre y puedo enfrentarme a ellos. Lo más importante es que ya no siento ese aislamiento que tanto me pesó durante mi época de estudiante.

Síntomas bajo control

En el trabajo, el hecho de ser tan sociable me permite trazar muy buenas relaciones con mis compañeros y mis jefes. Aunque a veces me pase un poco de la raya, siempre acabo compensándolo con mi labia y sentido del humor. También he desarrollado otros mecanismos de compensación: por ejemplo, si no estoy de acuerdo con un compañero, en lugar de responderle inmediatamente, escribo un correo electrónico, pero no lo envío. Escribirlo me permite descargar toda la ira que siento en ese momento. Y luego, cuando lo vuelvo a leer al día siguiente, me digo: “¡Menos mal que todavía está en borradores!” y lo borro. Cuando siento una emoción fuerte, necesito expresarla sea como sea, porque tiene prioridad sobre todo lo demás. Con este método, he encontrado una vía de escape que no ofende a nadie.

Debido al TDAH, también tiendo a olvidarme de las mismas cosas o a cometer siempre los mismos errores. En el colegio, por ejemplo, una vez estuve olvidándome el abrigo en clase todos los días durante un mes, en pleno invierno. Volvía a casa solo con el jersey y daba igual las veces que mi madre me echara la bronca, al día siguiente me volvía a pasar. Mi cerebro está permanentemente sobrecargado, es decir, procesa demasiada información al mismo tiempo, y a veces es un caos. Por lo tanto, para sobrellevarlo a nivel profesional, necesito clasificar y priorizar toda la información que recibo.

Al final es muy sencillo: lo pongo todo por escrito. Tengo un cuaderno donde apunto todas mis ideas y una lista de tareas en el móvil. También apunto todas mis citas en varias agendas y mi escritorio siempre está perfectamente ordenado. Esta forma de organizarme me va bien, pero supone una carga mental añadida que a veces puede ser agotadora. A menudo les digo a mis compañeros: “¡No me preguntéis nada después de las cinco!”. Aun así, se me da muy bien priorizar información y eso es algo muy útil.

Transformar una debilidad en una fortaleza

Siempre me han encantado los videojuegos, así que cuando cumplí 30 años decidí cambiar de trayectoria profesional y convertir mi hobby en mi profesión. Después de hacer un máster acelerado —una dulce venganza para superar mi “yo” del pasado, aquel niño al que durante tanto tiempo tacharon de “tonto”— me uní a Ubisoft, donde ahora trabajo como diseñador UX.

Lo mejor de todo es que mi trastorno ha resultado ser casi un superpoder en este puesto. Por ejemplo, una de mis tareas consiste en organizar la información y hacerla fácil de entender para los jugadores. Otra cosa no, ¡pero a eso no me gana nadie! Y es que un cerebro hiperactivo también tiene sus cosas buenas, como una imaginación desbordante, un ingenio muy agudo (¡las ideas me vienen a la mente en cuestión de segundos!) y una gran capacidad de empatía. Cuando se trata de crear juegos para otras personas, cuento con una clara ventaja, ya que se me da fenomenal ponerme en la piel de los jugadores y tener una visión de conjunto. Por ejemplo, puedo ver inmediatamente si hay alguna sobrecarga cognitiva en la pantalla que impida a los jugadores concentrarse. Al final, ser diferente se ha convertido en un gran punto a mi favor.

Asumir tu condición

Poco a poco, a medida que iba progresando en el trabajo y proponiendo ideas que se ganaban el apoyo de mi equipo, fui recobrando la confianza en mí mismo y un día reuní el valor necesario para hablar abiertamente de mi TDAH. Aunque en la actualidad asumo plenamente mi condición, esto no siempre ha sido así, sobre todo en el ámbito laboral. Lo peor es cuando estás buscando trabajo: no puedes decirle al entrevistador que tienes un trastorno cognitivo, de lo contrario pensará inmediatamente que, si te contrata, no rendirás bien y eso no es cierto. A día de hoy sigue habiendo muchísimos prejuicios sobre la discapacidad en el ámbito profesional.

Lo cierto es que con algunas adaptaciones y con tratamientos farmacológicos se pueden controlar los síntomas del TDAH. En el pasado me recetaron metilfenidato (el conocido medicamento Ritalin para tratar la hiperactividad), pero ya no lo tomo. Es un derivado de la anfetamina y tiene efectos secundarios considerables, como náuseas, pérdida de apetito, dolores de cabeza o aumento de la frecuencia cardíaca. Y esta droga —porque técnicamente es un narcótico— es como una camisa de fuerza para mi mente. Es cierto que me ayuda a calmarme, pero también frena mi creatividad, dejo de ser yo. Además, existen alternativas para canalizar la energía de las personas hiperactivas. En mi caso, como no soporto pasar mucho tiempo sentado, mi empresa me ha proporcionado un escritorio ajustable con el que puedo trabajar de pie. Gracias a la curiosidad que suscita en la oficina, me permite abordar el tema con quienes aún no saben que tengo TDAH.

Un trastorno invisible

Al igual que otros trastornos cognitivos como la dislexia, la dispraxia o la discalculia, el TDAH es un trastorno invisible. La gente a menudo me dice: “Es increíble… ¡no se te nota nada!”, y obviamente me lo tomo como un cumplido, pero eso no significa que no suponga una limitación en mi trabajo. Cuando ves a alguien en silla de ruedas, inmediatamente te das cuenta de su discapacidad, y por lo tanto nunca le pedirías hacer algo que fuera más allá de sus capacidades. Es lógico, ¿no? El problema es que mi trastorno no se aprecia a simple vista. Y a pesar de que soy capaz de adaptarme a muchas situaciones, la cosa se complica cuando me asignan tareas que pueden entrar en conflicto con mi TDAH, algo que todavía sucede a menudo. Es un defecto del mundo profesional en general: las empresas buscan a gente que pueda hacer de todo, por lo que al final los empleados terminan haciendo cosas que no siempre se les dan bien. A mí, por ejemplo, me suelen pedir a menudo que mejore las habilidades técnicas relacionadas con mi puesto, a pesar de que lo mío es, ante todo, el diseño creativo. Es una pena porque creo que es mucho más interesante exprimir al máximo las cualidades propias de cada persona. Para mí, la diversidad en la empresa consiste precisamente en eso: sacar el máximo provecho de las diferencias de cada uno, de aquello que nos hace únicos. Así, todo el mundo sale ganando.

En mi caso, he aprovechado mi atípica trayectoria profesional para abordar algo que considero muy importante: conseguir una mayor accesibilidad y una mayor inclusión en el mundo de los videojuegos. Quiero asegurarme de que los videojuegos sean accesibles a una amplia variedad de personas, independientemente de su género, sexo, o sus habilidades físicas o mentales. Sé de primera mano que, cuando el mundo exterior se vuelve hostil, los videojuegos pueden convertirse en un auténtico refugio. Por otro lado, como empleado de Ubisoft, también estoy trabajando en generar conciencia sobre los trastornos cognitivos a través de artículos, discursos y eventos. Y es que, aunque en la actualidad las personas con discapacidades se vean obligadas a adaptarse continuamente a las empresas, espero que llegue el día en que ya no tengan que hacerlo. Al fin y al cabo, son nuestras diferencias las que nos hacen únicos.

Traducido por Rocío Pérez

Foto de WTTJ

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