Síndrome del impostor: ¿por qué dudamos de nuestra validez en el trabajo?

12 jul 2019

7 min

Síndrome del impostor: ¿por qué dudamos de nuestra validez en el trabajo?
autor
Elsa Andron

Psychologue du travail et psychologue clinicienne

“Está claro, se van a dar cuenta de que se han equivocado al contratarme y de que no valgo para esto”
“He tenido suerte”
“El cliente estaba de buen humor, eso es todo”
“Me ha dado el aumento porque le caigo bien”

Si estas frases te resultan familiares porque tú mismo las has repetido en algún momento, entonces este artículo es para ti.

Dudar de nosotros mismos en el trabajo puede, en cierta medida, actuar como desafío y ayudarnos a mantener la motivación, además de un cierto grado de humildad. De hecho, cerca del 70% de la población duda de vez en cuando de la validez de su estatus profesional o de sus logros. Sin embargo, si vivimos en un estado de ansiedad constante por no estar a la altura que nos incita a procrastinar o a trabajar en exceso con cada nueva tarea, esto podría indicar que padecemos el “síndrome del impostor”. ¿Te suena de algo? Veámoslo con más detalle.

¿Todos somos impostores?

Este síndrome, conocido por los psicólogos como el “síndrome del impostor” o “complejo del impostor”, es más común de lo que creemos y puede perjudicar seriamente el desarrollo profesional de quienes lo sufren, y es que cerca del 20% de la población lo padece (Kevin Chassangre y Stacey Callahan, 2017). A pesar de estar tan extendido, el complejo es, sin embargo, poco conocido debido a la falta de información y comprensión que existe, tanto por parte de quienes lo sufren como de los profesionales.

Identificado por primera vez en 1978 por las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne Ament Imes, el síndrome del impostor se resume en tres puntos clave:

  • En primer lugar, el individuo tiene la impresión de estar engañando a quienes le rodean en lo relativo a sus verdaderas habilidades y competencias, considerándose un impostor.
  • Debido a este sentimiento de engaño, la persona sufre miedo y ansiedad en mayor o menor medida ante la idea de verse desenmascarada.
  • Por último, el “impostor” sufre un sesgo cognitivo que le lleva sistemáticamente a desacreditarse ante un logro positivo. Generalmente, una persona atribuye sus éxitos a causas internas (ha sido lo suficientemente competente para realizar la tarea) y sostenibles (se considera a sí mismo competente y capaz), sobre las cuales puede ejercer cierto control (como organizarse en consecuencia). No obstante, para la persona que se percibe como un impostor, el razonamiento se invierte. De esta manera, el impostor considera que son causas externas (y por tanto inestables y que no puede controlar) las responsables de su éxito. Dichas causas externas pueden ser la suerte, la opinión errónea de los demás o incluso la simpatía que sienten hacia él.

Paradójicamente, estos “impostores” a menudo son considerados por su entorno profesional y personal como personas particularmente competentes y hábiles en la gestión de su carrera, lo cual suele reforzar la sensación de engaño que sienten.

“Yo no me he esforzado más que los demás para obtener un buen resultado, simplemente estaba en el momento y el lugar adecuados. En el colegio, creía que mis buenas notas se debían más bien al hecho de que caía bien a los profes” – Justine, afectada por el síndrome del impostor.

Pero, ¿de dónde viene ese sentimiento de engaño?

Es inevitable preguntarse cómo se consolidan con el paso del tiempo estos mecanismos inconscientes. Este sentimiento es una reacción del niño ante mensajes perturbadores o malinterpretados que recibe del entorno en el que crece, es decir, su familia y también la escuela. Por ejemplo:

“Las personas inteligentes tienen éxito, el resto fracasan”

Un niño puede acabar desarrollando el síndrome del impostor al verse expuesto de manera repetida a este tipo de mensajes, que se transmiten por medio de diferentes patrones:

  • Opiniones opuestas en relación al niño entre el entorno familiar y la escuela. Se ha observado un mayor riesgo de desarrollar este complejo en niños que son valorados de forma muy distinta en casa y en la escuela, o por las dos figuras paternas. Por ejemplo, si los padres creen que su hijo es brillante y particularmente talentoso, mientras que en la escuela se le considera mediocre, o al revés. Ante la duda, el niño acepta la opinión negativa como la más fiable y asume que la opinión positiva es engañosa y que su único fin es “complacerle”.
  • Una inteligencia sobrevalorada en el entorno familiar. En este caso, la inteligencia tiene un valor excesivo a la hora de triunfar y a menudo se la considera un don, sin relación alguna por tanto con el esfuerzo o el trabajo. Como consecuencia, el niño asume que es brillante y talentoso de manera natural, adoptando así el pensamiento de que debe triunfar a cualquier precio, lo cual deriva en un patrón de rendimiento ligado al miedo al fracaso y no a un patrón de aprendizaje en el que los errores permiten mejorar.
  • Un entorno familiar que no valora las cualidades del niño. Si en el seno familiar el niño no recibe ningún mensaje positivo que le permita construir una imagen positiva de sí mismo mediante el reconocimiento de sus cualidades, su “yo” adulto tendrá serias dificultades a la hora de atribuir sus éxitos a sus propias habilidades, debido a su incapacidad para percibirlas y evaluarlas.
  • Una diferencia de sexos controvertida. Este síndrome, estudiado en un primer momento en mujeres con estudios superiores y con puestos de responsabilidad, se consideraba en el pasado predominante en el sexo femenino. A día de hoy, esta creencia se ha visto matizada a raíz de varios estudios y, según parece, el síndrome del impostor afecta a toda la población, independientemente del sexo.

¿Cómo reconocerlo?

Existen múltiples definiciones asociadas a este síndrome, y estas difieren en función del autor. Sin embargo, ciertos rasgos de carácter y signos conductuales comunes permiten establecer el perfil típico de los “impostores”.

  • Introversión: las personas consideradas introvertidas (es decir, centradas en su mundo interior) son más propensas a desarrollar el síndrome del impostor, ya que basan su opinión sobre sí mismas en lo que interpretan y sienten. Esta interpretación se ve distorsionada por el sesgo de atribución ya mencionado y, debido a su introversión, muestran menos la opinión negativa que tienen de sí mismos ante los demás.
  • Dificultad para aceptar los cumplidos: las personas que padecen el síndrome del impostor experimentan sentimientos negativos y expresan pensamientos negativos disfuncionales ante la consecución de un logro. También tienden a atribuir sistemáticamente su éxito a elementos exteriores como la suerte, su red de contactos profesional o la simpatía que les profesa su superior, y demuestran un perfeccionismo inadaptado que les empuja a una insatisfacción casi sistemática en caso de éxito, provocando pensamientos del tipo: “Sí, pero podría haberlo hecho mucho mejor”.

“Siempre me acuerdo mejor de las críticas o las pequeñas observaciones que me han hecho que de los cumplidos. Los cumplidos o comentarios positivos no me convencen porque tengo la impresión de que me lo dicen para tranquilizarme y que me están mintiendo, así que los olvido de inmediato”. – Justine

  • Sobrevaloración de las competencias de los demás y denigración de sus propias competencias: estas personas tienden a minimizar y a denigrar sistemáticamente sus propias habilidades al mismo tiempo que comparan sus debilidades con los puntos fuertes de su entorno profesional.

“En ciertas ocasiones creo sinceramente que no sé hacer nada bien y que todo el mundo lo va a notar. Siento vergüenza y me digo que se van a dar cuenta de que no estoy a la altura y que quizás me echen”. – Justine

  • Ansiedad de rendimiento vinculada al miedo al fracaso: estas personas sufren una fuerte ansiedad ante la idea de ser desenmascaradas y les aterroriza la vergüenza y la humillación que provocaría el descubrimiento de su incompetencia.

“Sufría un nivel de ansiedad preocupante. Me estresaba muchísimo, volvía a casa llorando. Me decía: ‘No soy lo suficientemente buena para este trabajo’”. – Justine

  • Miedo a la evaluación: cualquier evaluación de su trabajo se percibe como un riesgo de ser descubiertos y como una prueba de su engaño.
  • Culpabilidad y miedo ante el éxito: estas personas están convencidas de que no merecen su éxito. Poseen una percepción muy débil de su potencial y no son capaces de atribuirse los logros alcanzados, lo cual les impide sentirse merecedoras de ellos. De este modo, cada éxito deriva en miedo al cambio, que se asocia a la llegada potencial de nuevas exigencias y hará surgir a su vez un nuevo miedo: el miedo a no estar a la altura de lo que está por venir.

“Tengo la sensación de no merecérmelo en absoluto y de no saber lo que hago”. – Justine

El círculo vicioso del impostor

Frente a una tarea que consideran importante (y que presenta un riesgo, pues es posible que conlleve una evaluación de sus capacidades o competencias), los sujetos que se sienten impostores pondrán en marcha un círculo vicioso.

En el momento de la asignación de una nueva tarea los impostores padecen mucha ansiedad. Esta provoca pensamientos negativos relacionados con la falsa percepción que tienen de sus competencias, el miedo al fracaso y también el miedo al éxito. Para hacer frente a esta ansiedad, se plantean y ponen en práctica dos estrategias diferentes como sistemas de defensa:

  • la procrastinación seguida de un exceso de trabajo. Esta permitirá eludir la ansiedad y protegerá parcialmente la autoestima, al posponer en la medida de lo posible la confrontación con la tarea.
  • una preparación excesiva a largo plazo para garantizar el éxito y paliar el sentimiento de ilegitimidad. Por lo general, la tarea se llevará a cabo con éxito y provocará comentarios positivos por parte del entorno profesional. Estos mensajes positivos serán rechazados o despreciados por el impostor y, paradójicamente, sus nuevos logros no harán más que intensificar el sentimiento de engaño, en lugar de ayudar a crear una percepción positiva de sus competencias.

¿Es grave, doctor?

Aislamiento y silencio

En el trabajo, el hecho de considerarse un impostor puede conllevar consecuencias lamentables, sobre todo en lo que respecta a la relación con los compañeros. La fuerte ansiedad puede perjudicar las relaciones y desembocar en un aislamiento por miedo a ser desenmascarado. El aislamiento en el trabajo (y también fuera de él) supone un riesgo importante, ya que las personas que padecen este síndrome a menudo se niegan a pedir ayuda por miedo a que esto pueda interpretarse como la prueba de su incompetencia. Así, el trabajo en equipo se vuelve complicado. Además, el círculo vicioso del impostor puede hacer que la organización del trabajo sea delicada, especialmente en los casos en que el impostor elige la vía de la procrastinación.

S.O.S.

El síndrome del impostor no es una enfermedad mental en sí, pero puede conllevar pensamientos negativos en forma de autocrítica constante, desconfianza en uno mismo y serios niveles de ansiedad que pueden debilitar a las personas que lo sufren. Si todo esto se vuelve demasiado abrumador, no debemos dudar en pedir ayuda a un profesional, como por ejemplo un psicólogo.

Para romper el círculo vicioso que provoca el síndrome del impostor, la psicóloga Pauline Rose Clance recomienda ante todo la práctica de atribuirse el mérito tras alcanzar un logro, es decir, reconocer que el éxito no está ligado únicamente a la suerte o a la enorme cantidad de trabajo realizado, sino también a las competencias y al potencial propio. Esto forma parte del trabajo de reestructuración mental y de moderación del sesgo cognitivo de atribución. De esta forma, aprender a reconocer nuestros logros y matizar los juicios que hacemos de nosotros mismos (no, no es solo gracias a las suerte que estamos donde estamos a nivel profesional, también tendremos que estar haciendo algo bien, ¿no?) nos permitirá ser conscientes de nuestro potencial y al mismo tiempo aumentar nuestro bienestar psíquico y general. Una gimnasia mental que iremos aprendiendo con el paso del tiempo.

Foto @WTTJ

Traducido por Rocío Pérez

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